lunes, 31 de marzo de 2008

Escritura y filosofía

Desde Derrida, sabemos que la filosofía no se sitúa fuera de la filosofía como un reino independiente del saber, como un reino diferenciado del Ser. Con Heidegger, ha sido de los pocos en ver que la filosofía es paralela a su escritura. No existe filosofía sin escritura. Los límites de la filosofía son los límites de la escritura. Por ello, la cuestión de la escritura y todo lo que esté incluido en ello, no nos aparece como un tema secundario, sino como un tema principal de índole filosófico. Sólo cierto tipo de escritura puede hacer aparece un tipo de filosofía determinado. Esto supone, a la vez, que deben derribarse las fronteras, antes claras y morales, entre el filósofo y el escritor. El filósofo se pretendía con la posesión de una actividad superior con respecto al literato. No diferente, sino superior. Siguiendo el lema de Hegel, poseía la dureza del concepto, su universalidad, la cual tomaba forma “estética” a través de las producciones de los literatos. Sin embargo, con esta nueva idea, que tiene la cuestión del sentido como cuestión fundamental, desaparece, de un modo ontológico, la cuestión por el sentido principal.
Aunque a muchos les suene extraña esta afirmación, es desde Heidegger desde donde la cuestión del sentido pierde su lugar fundametal, de un modo ciertamente paradójico. Al centrarse en la pregunta aristotélica del ser en cuanto ser, llega a la mística del acceso del Ser a través del lenguaje. El tránsito que va del primer Heidegger al segundo Heidegger es el paso necesario que ya Marcuse definiera como “la autodisolución de la filosofía burguesa”. La búsqueda del sentido primero acabó por la mística del lenguaje, la cual fue recogida por Derrida desde un punto de vista materialista: el grama, o lo grafemático, como auténtico reducto del ser, o de la posibilidad que tenemos todavía por su pregunta.
Por ello, la cuestión de la escritura, del cómo escribimos filosofía, no es una cuestión secundaria. Es una cuestión tan fundamental el saber lo que se quiere decir como el modo de decirlo. Porque no hay más filosofía más allá de la escritura que la menta. Filosofía y escritura tienen los mismos contornos.
Desde esta perspectiva, que muchos parecen aceptar últimamente, no se entiende cómo se sigue en la estela de las distinciones que esa visión mística del sentido de lo originario tiene. Distinciones como lo moral o lo inmoral, lo virtuoso o lo no virtuoso, o las más polémicas últimamente, como ciencia y filosofía, dejan de tener sentido desde esta perspectiva. La verdadera consecuencia fundamental de la filosofía de Heidegger, y de la Derrida como sucesor, es la relativización de esas fronteras. Por ello, nada resulta hoy más ridículo que el purismo de aquellos que, defendiendo la ciencia o la filosofía como si fueran esferas separadas, pretenden que no haya ningún tipo de contacto entre dos especalidades del saber que, por ello, nunca han tenido una especialización ontológica real.