La conciencia de la vida, de lo vital, como un momento presente antes del límite infinito de la muerte, implica un acto de desesperación en el que el pasado se convierte en acercamiento al futuro a través de su destrucción. La conciencia del tiempo, recordada a cada instante desde el culto social, refuerza la aparición y dominación de la tragedia. Pero sólo el empirismo burdo en el que lo trágico se hace acto, puede despertar una conciencia cuando, tal vez, ya sea demasiado tarde. La aparición cotidiana del tiempo remite a una experiencia de infinitud productiva. El tiempo presente está arrebatado por una ilusión, por la que el tiempo presente ha de entregarse en un gesto ilimitado, siendo éste gesto algo naturalizado.
En el espejismo de la relación presente que establecemos con el medio, se pierde el momento del límite. Pero ésta perdida es necesaria sólo históricamente. Para afirmar la vida, es necesario afirmar la muerte. La falta de experiencia con la muerte es la falta de experiencia del límite. En ese límite, se concibe la inutilidad de lo pasado como una entrega vital total. Con la conciencia del límite, aparece la conciencia de la esclavitud. La vida que se entrega, inconsciente, a su regalo propio continuo, acaba por arrepentirse en el momento que resulta decisivo. La experiencia del límite lo cambia absolutamente todo. La fundamentación de aquella vida que tiene conciencia de sí pasa por su negación como ilimitada. En un conjunto de espejismos, se reproduce el engaño que acepta su destino con resignación. El triunfo de una tautología social, es una hipostasiación de una verdad vital, la que acepta la miseria como un continuo ilimitado. La sorpresa de esto está en preguntarse cómo el espanto no nace de la miseria prolongada. Toda filosofía existencialista es filosofía social, por cuanto toda comunidad lleva escondida dentro de sí el signo del espanto. Aparece ahora la necesidad de la redención entre lo burdo y lo sublime, lo cotidiano y lo universal. El marxismo es un existencialismo; el existencialismo es un marxismo. Lo que queda de humano en todo esto hay que buscarlo entre el cubo de basura del tiempo indefinido hecho tirano como ordenación social. Lo burdo tiene hoy más razón de ser que lo sublime, por cuanto que lo primero lleva en la frente el signo del triunfo. Sólo en la negación absoluta del existir, es posible afirmar la potencialidad infinita del vivir. El tiempo nietzscheano no ha llegado en cuanto que ésta vida no merece volver a ser vivida. Toda gran filosofía no es más que un modo sublime de consuelo ante el momento principal, ante el que nada puede hacerse: el momento de la muerte. La vida que no se ve sola en la conciencia trágica, la libera a ésta de su autoculpabilidad. El sufrimiento compartido da sentido y generalidad objetiva al sufrimiento, lo que le da algún tipo de utilidad. Es por ello por lo que el sufrimiento que busca la venganza como compensación busca la justificación de su sentido. La sanción moral de un hecho, que produce dolor de alguna forma, busca la restitución igual de ese dolor. El dolor busca recompensarse por su igual, no por una sanción racional. De igual modo, la tragedia se busca a sí misma, como una forma de salir de su propia locura y desesperación. La tragedia que se instala es ya una forma de dotar de sentido a lo Real, a través de su juicio sancionador. La tragedia enjuicia lo Real como lo negativo hecho dominación.
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