viernes, 14 de marzo de 2008

De cómo el marxismo se convirtió en positivismo

Una de las luchas principales que Marx y Engels llevaron a cabo dentro del campo filosófico, fue la del materialismo filosófico. Contra Feuerbach, supieron ver que el materialismo naturalista no tenía mucho sentido dentro de una concepción determinada de lo que era la ciencia y la historia. El materialismo debía filtrarse a través de la dialéctica hegeliana, método, que no contenido, de la filosofía. Este materialismo dialéctico cobraba la ventaja de introducir la capacidad del cambio en la Historia: los sujetos podían introducir el cambio en su relación con los objetos, con el mundo.
Lo que no se entiende hoy es cómo un cierto marxismo, que se disfraza de ciencia objetiva, pretende abrazar ese discurso marxista, también éste disfrazado con la retórica de la filosofía analítica actual, ha intentado abandonar la perspectiva dialéctica de la historia, como si eso fuera una rémora de un pasado “filosófico”.
La elección entre materialismo o idealismo, entre monismo y dualismo, son posiciones que se dirimen dentro del campo de la filosofía, no en el campo de la ciencia misma. Dentro de la ciencia se resuelven problemas mucho más concretos que los que afectan al campo de los fundamentos de la ciencia misma. Pretender una ciencia positiva libre de fundamentos filosóficos, es pretender una arquitectura sin fundamentos estéticos; es decir, es pretender un saber que no necesite de otro para fundamentarse. Reivindicar la dialéctica no es un modo de revivir el “prejuicio dualista”, sino de reconocer la base filosófica de la ciencia, un modo de ciencia que es conciente de sus fundamentos.
Por otro lado, la discusión en torno al papel de la dialéctica dentro del marxismo ya se dió, de forma encarnizada, en los años 20 y 30 del siglo XX. El marxismo prosoviético, con su nueva teología revolucionaria, el Diamat, luchó por erradicar todo prejuicio filosófico del marxismo, convertido en una ciencia perfecta. Autores como Karl Korsch o György Lukács, fueron tachados de reformistas por pretender una vuelta a Hegel, esto es, a la dialéctica, para no hacer del marxismo algo que lo convirtiera en mera ideología: una nueva religión de Estado. Por tanto, es curioso comprobar que los prejuicios dualistas, acusación definitiva de los nuevos analíticos marxistas, es un modo renovado del prejuicio contra la filosofía de los leninistas de la URSS. Donde hoy se les llama dualistas, ayer se les llamaba filósofos.
Reivindicar la filosofía no es, por otra parte, reivindicar el dualismo. No tengo ningún problema en admitir que todo es materia y, por tanto, es experimentable. Sin embargo, no creo que la cuestión que se plantee como definitiva sea la de si todo es materia o no. Creo que hay un problema anterior, como es el problema del lenguaje. Cuando se pone a la materia como criterio fundamental de demarcación, no se tiene en cuenta el papel que el lenguaje tiene en nuestro modo de conocer. Lo que limita, y, por tanto, condiciona nuestra experiencia, no es si aquello que experimentamos es material o no, sino el modo en el que, lingüísticamente, lo experimentamos. La consideración de si algo es material o espiritual es una distinción posterior al modo en el que el lenguaje nos hace experimentar algo. Una idea, un objeto no material desde el punto de vista más estricto, no es necesariamente menos objeto de experiencia que una hipótesis observable.