Cuando la esfera económica sucumbe a la tendencia social dominante, que no es más que esconder lo relevante, en ese caso, ha de ser la esfera aparente aquella por donde empiece el fundamental desarrollo de la crítica. Este proyecto pretende, además, servir de vacuna contra la tendencia economicista de todo marxismo ortodoxo, puesto que la experiencia histórica ha demostrado que, aún siendo la esfera económica muy importante para el proyecto revolucionario, ésta no es la única que ha de verse afectada por la revolución misma. La revolución que se quede en la acción económica no podrá hacer otra cosa que abrir de nuevo los gulags. El capitalismo ha demostrado que la aparente resolución de la existencia material no garantiza la libertad cultural: antes bien, es condición de su esclavitud. El obrero que sólo tiene garantizada su alienación ve en la esfera de la cultura el lugar de su liberación, el lugar de su distracción. Hoy el análisis de la esfera cultural es el análisis del lugar en el que se muestra la esclavitud, no la posibilidad de la libertad. Es lo cultural lo que se nos aparece como lo más próximo de la sociedad del espectáculo. La sociedad del espectáculo se forma como industria cultural. Es ahí donde se da la preeminencia de la imagen sobre la cosa. La negación interna de la que ella no es consciente, o lo es demasiado, radica en que no vuelve a los individuos más autónomos y libres, sino más esclavos de la industria misma.
Dicha industria parece haber conseguido su triunfo tan espectacular, que toda la esfera económica parece ponerse al servicio de ella. Todas las grandes empresas tienen alguna relación con la cultura. Este es el mayor signo de su concepción como mercancía. No es que la esfera económica ya no opera en importancia, sino que la fuente de la alienación no viene principalmente del entramado fabril, ni de la multinacional disgregada por medio planeta como uno de los efectos benéficos de la globalización. La fuente principal de la alienación viene de la esfera cultural, porque es de ella donde el cuerpo presta su mayor atención justo cuando la esfera económica ya parece concederle una tregua: el trabajo asalariado.
Por otro lado, la esfera cultural pasa por ser el ámbito de liberación de dicho trabajo asalariado cuando, justamente, es el ámbito en el que la alienación se produce de forma más sutil. El paso de la crítica d la economía política al de la esfera cultural sólo es válido en cuanto la explotación de lo económico, e la explotación que se produce dentro del ámbito de la economía, se ha hecho lo suficientemente visible como para que la explotación sistemática no se sólo un asunto público, sino algo de lo que enorgullecerse.
La esfera cultural nunca ha abandonado su halo de esfera de la emancipación, el lugar en el que la humanidad encuentra su lugar sagrado de autoconservación. Pero cuando éste ámbito demuestra ser más mezquino que otros por su retórica absolutamente engañosa, es más necesario que nunca centrarse en su engaño masivo. Denunciar la esfera cultural como el lugar en el que aquello que podíamos denominar, todavía, humano ha sucumbido al dictado de la explotación y la propaganda, es denunciar el fracaso completo de las esperanzas emancipadoras de la humanidad.
La esperanza se encuentra ahora ubicada en las fronteras de lo espectacular, en ese espacio-tiempo en el que la tautología ontológica (el Ser es), se concibe como la expresión de la racionalidad aún por desarrollar. Los caminos por los que divergen los rechazados de la sociedad espectacular son los caminos por los que muere el espectáculo mismo. Tras aquellos sujetos que no pueden servir al espectáculo, se levanta la conciencia de no querer servir al espectáculo mismo. Esas gentes, mayoría en todo el planeta, representa el verdadero coste de la sociedad espectacular: aquel que no aparenta es aquel que no tiene nada. En el acto más satisfactorio para el espectáculo, la propia vida se entrega en las puertas mismas de la sociedad espectacular. Nunca antes en una sociedad hegemónica sus propios vasallos habían disputado por ser, ellos mismos, vasallos.
Es en éste contexto en el que la crítica económica como crítica básica del funcionamiento de lo social aparece insuficiente por estar ya históricamente derrotada. El dominio de la esfera de la cultura, como el barniz humano a la esfera económica, necesita, hoy más que nunca, ser derribado. La denuncia de lo que se esconde tras éste dominio espectacular de lo cultural habrá de suponer el desenmascaramiento de los fundamentos que hacen del actual modo social un proyecto “humano”.
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