jueves, 17 de mayo de 2007

Signos de la derrota

La gran victoria del ser social se manifiesta en su quietud, en su no dejar de ser lo que es. La paz social triunfa justo allí donde el conflicto y la violencia eran signos de esperanza. Sin embargo, el ser social maneja el espejismo del movimiento, pero sólo en los límites en que no se perjudica a sí mismo. Su propia autoconservación permanece como un profundo tabú para su propia conciencia, a la vez como un secreto que los individuos no tienen necesidad de expresar. Que lo social busca repetirse a sí mismo resulta demasiado obvio como para expresarlo como novedad. Hasta los reductos temporales dejados para la “protesta”, se han convertido en el escaparate triste de la muerte del conflicto. El trabajo, su teórica abolición en la forma capitalista, se celebra con el trabajo encubierto del consumo. Su victoria llega hasta extremos profundamente leviatanescos. Pero hoy tiene una ventaja, y es que ha sabido ocultarse de tal modo que su verdadera naturaleza ha desaparecido. Para los individuos que sospechan algo, es necesario reformular la pregunta, que ha dejado de ser obvia:¿dónde está el fallo? Si la apariencia de felicidad consigue hacerse pasar como completa, ya no será necesario buscar “felicidad auténtica”. En el espectáculo, basta que algo parezca que lo sea, para que lo sea. El reducto vital que parece reducirse a la acción, a la negación y al conflicto, muere hoy en esos días festivos en donde nos acordamos de la sospecha que nos asalta de vez en cuando y que consiste en suponer que, a la base de todo, se encuentra un gran engaño. Lo que empezó de una forma necesaria, esto es, de forma trágica, ha acabado por traicionar su memoria. Se rompe así una esperanza que parece albergar toda filosofía de la historia: la continuidad y solidaridad histórica. Se ha vuelto una gran ingenuidad el pensar que las generaciones futuras reestablezcan equilibrio alguno. Probablemente, estén abocadas al olvido completo de lo que signifique ese pasado por el que, ahora, se disfruta de lo que se concibe como beneficio. Pero, lo que más aterra, es pensar en que no es posible reproche alguno; la tendencia a la huida del conflicto, a promover el optimismo, por muy hipócrita y cínico que sea, resulta natural cuando se parte de la conciencia de la inutilidad de toda acción que no sea aquella que se circunscribe al ámbito del trabajo asalariado. Tras vivir en la náusea continua, se huye de vivir el “tiempo libre” dentro de los parámetros del sacrificio. Nunca antes las conciencias habían estado tan ganadas para una causa. El Leviatán es mucho más sutil hoy, y en donde se ve obligado a abandonarla, es capaz de hacerla mostrar en toda su necesidad y aprobación. El triunfo de la imagen sobre la cosa es el triunfo sobre el ser social que se ha convertido en pura apariencia. El triunfo del ojo, de un empirismo burdo, que triunfa sin que nadie se de cuenta

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