sábado, 9 de junio de 2007

Crisis de la representatividad

En el estadio actual de desarrollo del sistema político de las democracias ricas occidentales, la creación de nuevos dioses está a la orden del día. La sucesiva entrega de poder a un sector mínimo de la población, la llamada clase política, ha degenerado en el completo poder de aquellos que representan sobre los representados. El monstruo se ha vuelto contra su creador.
Pero, en el acto mismo en el que se acepta la representatividad como el mejor de los sistemas posibles, o el menos malo, ya se empieza a fraguar el proceso. A cada cesión de lo democrático, la representatividad se convierte en representatividad del desentendimiento de lo político. A cada cesión, la representación va muriendo para nacer una gestión de un poder más totalitario, esto es, cada vez más consciente de su infinita sabiduría con respecto a la población.
Al eliminar cualquier mecanismo de control, el poder político aumenta su componente fascista, hasta resultar demasiado parecido a él.
Si el fascismo es un modo de gobierno caracterizado por las medidas de excepción, y el autoritarismo más exacerbado, la comparación con cualquier democracia moderna resulta sonrojante. Por lo que se ve, el elemento fascista no se relaciona con el modo en el que dicho elemento se hace con el poder. Cuando el fascismo ha demostrado que la propaganda es lo único que necesita un poder político para su perpetuación, en ese caso toda la propaganda que se usan en las democracias occidentales conectan ambos períodos del desarrollo del poder político. El voto que pone a un fascista en el poder no convierte a ese poder en menos fascista.
Cuando el fascismo se usa como fantasma, como la amenaza ante la cual cualquier gobierno representativo parece estar ya justificado por sí mismo, se olvida la sospechosa semejanza entre muchas tendencias parecidas entre uno y otro. Al no haberse eliminado completamente el elemento fascista de los sistemas políticos occidentales, sus tics deben ser ocultados bajo horas y horas de propaganda.
Así, se revela hoy el relativismo absoluto del poder político, puesto que no queda nada que no pueda presentarse de una forma amable y que, a la vez, oculte la aniquilación sistemática de la libertad.

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