En la Crítica de la razón práctica Kant nos habla de lo que él entiende por libertad. Ya en la Crítica de la razón pura se abordaba la cuestión de la libertad en la famosa tercera antinomia. En ella, Kant intentaba superar la dificultad de conciliar una determinación natural de las cosas (leyes naturales) en el ámbito espacio-temporal, junto con una “libertad psicológica o trascendental”, que habita en el sujeto. Esta libertad trascendental, dice en la Crítica de la razón práctica, puede ser entendida como el objeto del sentido interno del espacio y el tiempo.
Esta aparente contradicción la resuelve con la distinción fenómeno-noúmeno: en el ámbito del fenómeno, de las representaciones, es la determinación causal espacio-temporal de los hechos de la naturaleza, mientras que en el noúmeno, en el terreno de lo en sí es necesario pensar que exista una libertad en el sujeto para poder garantizar esto.
Como bien sabemos, en Kant las explicaciones que se den sobre su filosofía siempre son matizables y revisables. Pero basta lo dicho para mi propósito.
Lo que nos interesa ahora es lo siguiente: desde la perspectiva de Kant, Leibniz es entendido como un mecanicista, en el cual todo es movido por el Automaton Spirituale, que es el motor divino que hace que las cosas se mueven, dentro del cual el hombre es un devenir predeterminado por su esencia, de cuyo conocimiento está enterado la mente divina.
Es curioso cómo la lectura que hace Kant de Leibniz es la misma que hicieron los contemporáneos de Leibniz por considerarla demasiado cercana al determinismo spinosista.
Es claro que si a Kant le parece que Leibniz cae en el determinismo, la filosofía de Spinoza le parecerá el mejor ejemplo de una filosofía que niega la libertad.
En las mismas páginas, Kant dice que lo que Leibniz dice es lo mismo que la libertad que tiene un asador automático para funcionar una vez que se le ha conectado su mecanismo. Por tanto, para Kant, Leibniz destruye la libertad subjetiva puesto que cae en un determinismo ciego, controlado y creado por Dios, en el que el hombre es una pieza más.
No puede extrañar las dos posiciones. Leibniz piensa en un momento en el que empieza a gestarse la filosofía moderna, subjetiva, con Descartes y Spinoza. Leibniz, aún siendo contemporáneo de ambos, parece quedarse en las resonancias de la escolástica y sólo tímidamente apunta ciertos rasgos de la filosofía moderna.
Kant, por el contrario, es el gran filósofo de la subjetividad: incluso el sujeto construye el mundo a través de sus determinaciones para el conocimiento.
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