Según Adorno, la violencia infligida por los nazis al hombre queda suavizada por la protección al animal irracional. Depaupera la investigación psicológica como vinculante al conocimiento en la medida en la que sus conclusiones fueron extraídas de cuerpos y animales amputados que representan solo en su forma germinal las afecciones de los hombres.
La mujer se postra ante el hombre como se inclina ante el experimentor el animal; toda la violencia transferida a las mujeres no es sino la cristalización del furor irracional. Embrutecida por el sometimiento, la abolición de la dignidad femenina es precisamente la transformación de su amor y el afeamiento representa su gravedad, que pugna por acomodarse a la industria cultural sólidamente viril. La formalización de todas las manifestaciones de la vida ha destruido no solamente la estética sino la capacidad y necesidad de generar símbolos; las imágenes que podrían azuzar a las masas en rebelión ya forman parte del propio proceso de fábrica y, por lo tanto, esto les convierte en mudas. La industria cultural no se permite la deformación de la estética sino como tentativa racional planificadora y ajustada al medio de producción. La manifestación incluso de la afectividad no refleja sino la arrogancia del señorío como instrumento de dominio aliada con una injusta isonomía: el afecto a lo irracional salvaguarda a aquel que destruye lo que por sus irracionales rasgos todavía demuestra su subordinación a la inclemencia del estado natural.
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