Al navegar a través de la historia de la filosofía encontramos que todos los grandes pensadores se han planteado, se plantean, repetidas veces esta cuestión, le dedican esfuerzos, intitula ensayos con este interrogante y buscan salir airosos del empeño.
Es probable que no sea una pregunta introductoria destinada al lector lego, ni sirva para sentar sólidas bases luego necesarias. Ésta es la más angustiosa de las cuestiones que rondan la cabeza de un filósofo, en la posibilidad de su respuesta descansa la legitimidad de su propia identidad. En ella, por tanto, no se esconde un esfuerzo pedagógico destinado al lector, es más, es un auto-cuestionamiento respecto de la materia en la que emplean su vida. La respuesta a la pregunta no es otra que la aclaración acerca del contenido de la filosofía, una definición exacta, omniabarcante y certera, si cabe. Es un preguntar agónico en el que el estudioso se cuestiona, ¿Qué es esto que estudio, es acaso, algo?. Aún más, ¿existe, “es” esto que estudio o acaso no estudio nada, no me enfreto a nada?. Por tanto, qué es filosofía significa, ante todo, ¿existe la filosofía, es algo?
Inicialmente, ante todo, la filosofía se presenta, es, enigma. Enigma en lo referente a sus contenidos, sus métodos, sus aspiraciones, sus formas. Todo texto filosófico se presenta como acercamiento lingüístico al enigma, a lo enigmático en su conjunto. Así es que la filosofía se muestra en permanente enfrentamiento con las materias, los enfoques, que desechan el enigma como residuo “primitivo” en favor de la posibilidad de un conocer llano, sencillo, plano, sin aristas ni esfuerzos mayores para el intelecto.
La filosofía se ha erigido en la historia como una línea paralela, también discontinua, al resto de pretendidos saberes. La filosofía ha sido, es, será la “otra”, la excluida, una materia marginal y molesta pero también, y por ello, la esencial, la indesechable. Es así porque ella es enigma y como tal contacta con todo lo que de incierto, de inescrutable, tiene lo que nos rodea, lo que nos resulta lejano en su inmanencia, la propia vida.
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