¿Es compatible emplear como medio lo que la finalidad desprecia? La eterna aspiración política que observa un horizonte libre de violencia y colmado de igualdad y libertad, ¿puede valerse de herramientas antagónicas, esto es, de la propia violencia que pretende erradicar? Estas y otras cuestiones paralelas han convertido papel blanco en folleto político, en ensayos filosóficos, en reflexiones históricas etc.
El ejemplo brutal de la Revolución Francesa, es doble línea de violencia y liberación, las ilusiones traicionadas de las revoluciones comunistas del siglo XX, todo esto no son más que ejemplos de la carencia de armonía entre medios y fines. En ello pensó profundamente Camus cuando gestaba “El hombre rebelde”. Centró su miranda en los medios que se han desplegado a lo largo de la historia, no podía evaluar el fin dado que éste no se ha logrado. Así fue que consideró la revolución como un proceso a la vez deseable e indeseable. En tanto que la rebeldía es el mecanismo para fijar, llevar al acto, los valores morales y darles fundamento la revolución, efecto inmediato de la rebeldía en masa, es deseable, pero, la otra cara de la misma moneda, en tanto que la revolución desencadena, al menos en la experiencia histórica que podemos atisbar, violencia que cubre las calles de sangre ésta es ideseable.
Todas estas reflexiones, o análogas, pudieron conducir a Paul Auster hacia el Leviatán, obra que publicó en 1992.
Si Max Horkheimer estaba en lo cierto al afirmar que “el reconocimiento crítico de las categorías que dominan la vida social contiene, a su vez, su sentencia condenatoria” no queda más que aceptar que Benjamin Sachs bien podría ser un personaje real, de carne y hueso, que ha comprobado en toda su extensión que Horkheimer, en efecto, tenía razón. En cualquier caso, Ben Sachs no es otra cosa que el personaje central de la narración de Auster. Una labor que teje el autor a través de una tercera persona, el mejor amigo de Sachs, Peter Aaron, en un papel que contiene tintes biográficos del autor, algo que éste ya adelanta crípticamente al escoger para Aaron las mismas iniciales que él posee, P.A.
Desde mi perspectiva el centro vital de la obra se encuentra en la descripción de los sucesos que conducen a Ben Sachs hacia la plena lucidez de su conciencia social. Un proceso lleno de sucesos significativos que Auster teje con solidez, pese a lo enrevesado de la trama. Una trama donde el sexo, el amor y la traición tienen un papel central. Traición en tanto que nuestra vida, en el plano social, es una constante traición a nuestros valores morales, ante la realidad no queda más que claudicar moralmente, no resistirse a ella ya que ella se resiste a nosotros. Es esto último lo que Sachs no está dispuesto a aceptar bajo ningún concepto. La incapacidad del protagonista para reconciliarse con la realidad social no puede más que dar lugar a acciones y actitudes extremas.
La toma de conciencia sincera puede dar lugar a un enfrentamiento frontal con respecto a loas estructuras sociales, este es, a mi juicio, el asunto que subyace en la obra y a cuya reflexión nos conduce sabiamente Paul Auster.
No hay comentarios:
Publicar un comentario