martes, 27 de febrero de 2007

Descartes o la situación ideal del ser.

“Este proceso ha de concebirse, en el sentido de la Dialéctica de la Ilustración, como un proceso en el que el yo ejerce un dominio creciente sobre sí mismo.”(Bürger, Historia de la Subjetividad Moderna, 42, Paidos, 1997)

Que el Discurso del Método debe concebirse como una serie de reglas destinadas al autodisciplinamiento del yo es algo claro, conocido sin lugar a dudas por todos nosotros. Y autodisciplina significa: privación, escisión, represión.

No obstante, este sometimiento voluntario de las relaciones interiores del sujeto a la lógica de la geometría no se explica únicamente, como muchos todavía pretenden, en base a la búsqueda más o menos desesperada del filósofo por encontrar un fundamento cierto e indudable del conocimiento humano, sino que es consecuencia, en gran medida, del miedo primigenio que obliga a retroceder ante la nada, es decir, de la angustia frente a los espacios que la ciencia renacentista ha revelado como infinitos, inabarcables, angustia que empuja a Descartes a deshacerse de todo aquello que reincide dolorosamente en su condición de ser ridículo en su pequeñez, en su insignificancia tanto física como metafísica.

La huída cartesiana concluye, como sabemos, en la segura atalaya de la autorreflexión del yo pensante. Desde las alturas dudamos del mundo, de su consistencia, y lo hacemos nuestro dada aún su abismal infinitez. Lo escrutamos con soberbia, y en esta soberbia lo dominamos.

Pero es falso.

La ciega confianza en el hombre del Renacimiento se ha convertido, con Descartes, en decadente altivez alucinada por la infalibilidad de la emergente ciencia moderna: Cogito ergo sum, o una brillante astucia del pensamiento sobre la que se construyen las condiciones ideales del ser de la subjetividad moderna. Estas condiciones implican la deformación del sujeto cognoscente (extirpación del error, etc.) y la cosificación del mundo como objeto exterior del proceso epistemológico.

En definitiva, la adaptación de las reglas del método científico a la reflexión filosófica tiene por lo tanto un doble objeto fundamental:

- Por un lado, el de escapar a la angustia de pensar en un universo impensable.

- Y por otro, poner el fundamento de una subjetividad que se dedique, por pleno derecho, a la conquista y explotación de la naturaleza.

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