Filosofía y enigma en Jacques Derrida
Si fuera el propio Jacques Derrida tendría que empezar a hablar del propio título, de lo que significa, o incluso de lo que deja de significar, de lo que parece significar, de lo que intuye, o, incluso, de lo que está a su espalda.
Pero no soy Jacques Derrida, y para no caer en la copa, no lo haré. Pero no lo haré sólo porque piense que sólo Jacques Derrida puede hablar como Jacques Derrida, sino porque intentar ser Jacques Derrida está, desde Jacques Derrida mismo, prohibido. Intentar aquí un comentario de alguna parte de la obra de Jacques Derrida es imposible desde el discurso mismo de Derrida. Desde la diseminación, desde la reconstrucción, desde el párergon, en definitiva, desde todas aquellas instancias de escritura que hacen imposible hablar de algo así como “un sentido”, en ese caso querer comentar a Jacques Derrida no ha de estar más que impedido por lo que Derrida mismo ha dicho.
Y ese impedimento es fundamental, en el sentido de que está en el centro del discurso de Derrida, en la labor que ha hecho dentro de la filosofía. Por esa labor, ha sido considerado siempre como un no-filósofo, como cualquier cosa antes que un filósofo. Con ello no se le ha querido reconocer como valioso dentro del campo del pensar, si es que sólo la filosofía se dedica a eso, dejándole para esferas como la literatura o los estudios de género.
Está claro que su discurso (mejor usar la palabra discurso antes que filosofía) desmonta los fundamentos mismos de aquello que se podría llamar “la metafísica occidental”, como toda una tradición de formular los mismos problemas de un modo semejante, en donde lo único que sería diferente sería la solución que se da a ciertos problemas. Dicha tradición empezaría, nada más y nada menos, que en Parménides y acabaría, por poner una continuación, en Habermas o ciertos aspectos de la filosofía de Gadamer o de Heidegger.
Esta tradición no está cerrada, y no tiene visos de acabarse nunca. Es la tradición que se fundamenta en una relación epistemológica con la naturaleza, y en donde la razón (entendida ésta siempre de un modo intuitivo o aproximativo) es la única guía de solución de problemas. Y con eso se pretende haber dicho lo más importante.
Justamente la labor de Derrida se ve como una labor negativa. Sus libros son, fundamentalmente, comentarios de otros libros. Pero esos comentarios no pretenden la búsqueda del sentido exacto de lo que el autor quería escribir cuando escribió lo que quería escribir, sino de una nueva interpretación, de ver lo que nadie ha visto. No se trata de una cuestión de contradicciones lógicas, puesto que tal cosa ya está incluida en la estrategia metafísica, sino de ver qué de nuevo tiene el texto. Esta novedad va dirigida al objetivo de hacer mostrar que bajo cualquier texto se encierran una multiplicidad de sentidos que es escrituralmente imposible de recoger de una sola vez. Todo texto tiene, pues, direcciones que van de un lado a otro y que marcan la comprensión siempre diferente de todo texto.
Esta estrategia de lectura, si es que la reconstrucción puede ser algo, se basa en una noción de la escritura que está expuesta fundamentalmente en De la gramatología, un libro en el que Derrida parece ser más claro que en otros libros suyos, y en el que expone con relativa facilidad los argumentos para decir que la metafísica nos ha mentido.
Porque si ningún texto puede ser un núcleo fijo de sentido, en ese caso se muestra como falsa el deseo profundamente autoritario-metafísico de explicación del mundo racional. Tal cosa como la metafísica no existe, como lugar al que accedemos a través de la razón, y por el cual encontramos conocimientos más verdaderos que en otras esferas del Ser, siendo el Ser también otro punto fundamental de la historia de la metafísica.
Toda metafísica, que durante mucho tiempo ha querido decir filosofía, recuerda siempre a Platón y su intento absolutizador de explicación del mundo a través de la esfera de las ideas. Y, más allá de eso, recuerda al cristianismo y a la noción de la palabra revelada: la metafísica es lo que revela la luz natural de la razón, lo que deja de estar en tinieblas a través del pensar, sea lo que sea eso.
A la vez nos recuerda a Hegel, y su lógica fundamental, a través de la cual el Ser es explicable en virtud de los contrarios. Justamente una de las consecuencias del discurso de Derrida, si le queremos hacer caso, es que ya Hegel no nos vale, en el sentido de que el fundamento exterior que el lenguaje de la metafísica ha querido tener sobre el mundo se muestra falso. Es más, la idea de que todo el conjunto de textos de la tradición filosófica son solamente eso, textos, es derridiana, aunque de origen nietzscheano. El que consideremos a Leibniz como un escritor y no como un filósofo, habiendo destruido ya el fundamento exterior que podía hacer posible dicha distinción, es ya un acto revolucionario, un acto de liberación de la filosofía.
Ahora Leibniz puede verse al mismo nivel que Cervantes, que Henry Miller o que Rimbaud, porque todos escriben textos. Y cada texto tiene el mismo estatus en cuanto texto. Más allá de él, deja de ser texto para convertirse en algo que no es texto. Pretender ir más allá del texto, que es lo que la concepción bíblica del lenguaje como expresión de lo divino ha querido hacer, y lo que la metafísica ha querido seguir, es falso.
O mejor que falso, no es. O incluso, es escrituralmente falso. Claro, aquí se podrá decir que no podemos usar lo verdadero y lo falso en un sentid tradicional para decir que la metafísica es falsa en el mismo sentido Habermas dice de Derrida que no es un filósofo. Si se usa éste argumento es que no se ha querido entender bien la cuestión: no se echa por tierra la metafísica por no representar bien el mundo, sino precisamente, por querer representarlo, y por querer tener un status mayor al que tienen la literatura, la religión (si es que alguna vez la religión se ha apartado del todo de la filosofía) o la religión, o, más allá, la ciencia, o de modo más general, la visión occidental de ver el mundo. No se trata de que lo falso se refiera al mundo exterior, sino de querer representar el mundo exterior de un modo mejor que otros textos que no dejan de ser, igualmente, lenguaje.
¿Y que tiene que ver todo esto con el enigma? Pues todo. Ahora se abre la idea de que todo texto es enigmático en su propio interior, y que pretender aclarar ese enigma más allá de lo que todo lenguaje y todo texto mismo puede dar, es ser falso por exceso de celo en lo que el lenguaje puede dar o no.
Pero se verá que el discurso de Derrida quiere el enigma, lo abraza, o mejor dicho, no le queda más remedio. Algunos han querido ver en ésta voluntad de enigma la razón para decir de Derrida que no es un filósofo: el caso es que no creo que Derrida haya querido serlo, en el sentido en que Habermas puede ser considerado un filósofo y no un critico literario, p.e. Derrida nunca ha querido hacer filosofía, porque nunca ha querido hacer metafísica, aunque algunos hayan opinado lo contrario (Rorty…). Si se quiere jugar a las casillas, a poner a cada cosa en su lugar, entonces podemos decir que es un gramatólogo. ¿Y que es ser un gramatólogo? Alguien que se dedica a la gramatología. Y entonces empezaríamos por el círculo del lenguaje del que, ni siquiera Derrida, parece escapar. Es más, ni siquiera ha querido escapar nunca, porque sólo se podría escapar hacia fuera, y hacia fuera, haya lo que haya, no es lenguaje, no es texto.
El enigma radica en la inconclusión de sentido, en que existe una explosión de intenciones en el texto mismo. Para ello les pido que piensen en las palabras que he dicho, que digo y que diré. Por mucho que quiera explicar exactamente lo que quiero decir, no servirá para que cada uno de ustedes se hagan una representación exacta de lo que quiero decir. Incluso, ni siquiera el lenguaje mismo me deja aclarar absolutamente lo que quiero decir. El propio Derrida en su escrito titulado Carta a un amigo japonés, intenta hacer explicar a un japonés qué significa la palabra deconstrucción. Tal cosa es imposible, porque definirla no sería más que ir contra lo que el lenguaje es, contra la explosión de sentido y de comunicación que estalla allí donde una palabra es dicha.
Pero ésta explosión se muestra como liberadora en múltiples sentidos. Aunque la crítica de Derrida a la metafísica no se hace a través de lo social, como ocurre en Foucault, sí que tiene consecuencias importantes, siempre que queramos oírlas, porque a diferencia de otros, el discurso derridiano no pretende imponerse en términos absolutos, ni siquiera en ningún término.
La idea es que si el fundamento de lo social, de cualquier relación entre seres con lenguaje, es, precisamente, que tienen lenguajes, y si éste tiene una limitación fundamental por la que ya no se puede hablar en términos exteriores de lo que sea el mundo, entonces todo cambia: la política, el derecho, la filología, la sociología, la literatura, incluso las divisiones que marcan éstas, en teoría, diferentes esferas de lo social. No se han tomado en cuenta las diferentes repercusiones que la estrategia reconstructiva tiene para todos estos campos, porque, de entrada, no se la toma en serio.
Y es aquí donde se centra mi interés primordial de la obra de Derrida, y en donde se conecta con la cuestión del enigma que aquí trato de explicar. La obra de Derrida es un camino hacia fuera de la metafísica, un camino desde dentro de la metafísica misma, en cuanto que Derrida ejerce su labor desde el comentario de texto filosófico. Pero no es el único que ha hecho esto. Y, por lo tanto, no es el único que ha mencionado al enigma sin mencionarlo.
Derrida es el eslabón de una cadena de pensamiento, de texto histórico por decirlo de un modo mucho más general, por el que en donde se derriban los fundamentos de la metafísica, fundamentos que, desde la Ilustración, son los fundamentos de la metafísica misma, por mucho que la ciencia se vea como separada de la filosofía en razón de asuntos a tratar y modo de enfocar problemas. Nombres como los de Wittgenstein, Rorty, Foucault, o más atrás en el tiempo, Epicuro o marx, han sido parte de éste intento. Está claro que la discusión sobre lo que sea metafísica o no, es concebible, incluso discutible. Cuando me refiero a lo que no es metafísica, lo hago para hablar a un conjunto de textos que tienen una voluntad manifiesta de influir en el cambio que la visión metafísica del mundo ha predominio por encima de otras muchas. Fundamentalmente visiones que se caracterizan por usar palabras como universal, absoluto, racional, lógico, etc. Es verdad que la mayoría de textos que se tiene en cuenta actualmente, tienen poco tiempo de historia, es decir, son actuales. Pero eso se debe, tal vez, a que nuestro mundo, nuestra forma de estar en el mundo, haya experimentado vacíos que hayan producido una crisis de la metafísica. Seguramente en otras épocas de mayor consenso ideológico, había caminos divergentes, pero parece que en nuestra época esos caminos empiezan a dejarse oír. Si en la Edad Media se quemaba a los herejes, ahora no se les considera filósofos.
¿En qué se relaciona todo esto con el enigma? Muy sencillo. Si hasta ahora lo que predominaba era la metáfora de lo claro, de lo ilustrado, de lo que debía explicarse a través de la luz natural de la razón, en ese caso ahora lo que prima es su contrario, lo que está mezclado, lo cambiante, lo que a veces es algo y luego otra cosa totalmente diferente. Ahora nada está tan claro, todo parece mucho más confuso.
Y para apoyar esto sólo hay que pensar en la historia de la filosofía. Esta no deja de ser un camino que se podría explicar con varias etapas: problema del Ser en los presocráticos, el giro eidético en Platón y Aristóteles; el cristianismo, como platonismo divino; nacimiento de la conciencia subjetiva en el renacimiento, revolución industrial, secuela irracional de lo ilustrado en el romanticismo, y muerte del sujeto en el siglo XX con el existencialismo, con Heidegger, con la hermenéutica, etc… La historia de la filosofía parece un camino que conduce a la nada, al nihilismo. Esta tesis nietzscheana la entiendo como un camino, que sin ser progresivo, conduce a una libertad de la opción metafísica, si es que hay una unidad de la metafísica.
Esta historia, vista sí, es la historia del nacimiento de lo oscuro, de lo que ha sido escondido hasta ahora. Si antes lo racional o lo verdadero se tenían como aquello que debíamos buscar, es ahora cuando parece que estamos en un lugar contrario: se tiene la conciencia de lo que no está del todo claro, de lo que no puede ser solucionado de modo metódico (Gadamer y la crítica al método científico), lo que no es de un modo universalmente valedero para todo tiempo y todo lugar. Este camino lo entiendo como una liberación de la autoridad de la metafísica, puesto que ésta pretende poseer una autoridad que se basa en eso que se denomina “razón”. Ahora, el enigma se aparece como un objeto de trabajo del pensar, en las explosiones de sentido que se quiera, mucho más rico y mucho más fiable. Pensar en términos enigmáticos es pensar en nuestra propia finitud a la hora de enfrentarnos con la solución de un problema. El enigma nos sitúa ante el mundo. Incluso nosotros mismos somos enigmáticos, en el sentido en que la Ilustración hablaba de un autoconocimiento, en el sentido del sapere aude, del sentido socrático de que todo saber es saber que ya está en uno mismo.
Entiendo que éste camino, que ésta época en la que estamos todos y todas es, aunque no lo quiera nietzscheana, e hipócritamente kantiana. Nuestras manos manchadas de injusticia y dobles raseros morales nos hacen ver cuán lejos estamos de los ideales kantianos, que son la mejor versión, o por lo menos la más famosa, versión de los ideales ilustrados.
Y dentro de ésta corriente nietzscheana, está Derrida. La apertura que nos da Derrida al enigma, a la falsa destrucción de la claridad es ya un motivo para tener en cuenta lo que él nos ha dicho, para jugar con él y con el enigma que no sólo él, sino todo texto histórico tiene como característica fundamental.
Pero la conciencia enigmática no es algo a lo que Derrida haya llegado a través de poner el énfasis en lo que la metafísica ha escondido intencionadamente. Pensar así es, todavía, estar situado boca abajo en la metafísica, aceptarla, sólo que en el lado oscuro de la luna, en lo que no ha sido dicho.
Pero para Derrida ésta diseminación de sentido que tiene toda palabra, ésta explosión significativa, no es fruto alguno de la metafísica, sino que se sitúa más allá o más acá, según como se mire, pero nunca dentro de la metafísica misma. La razón de ello es que con el discurso sobre la escritura de Derrida, la distinción que hace posible la conciencia del enigma como valoración de lo que se podría llamar irracional, se hace imposible. Con Derrida ya no podemos ser hegelianos en el sentido en que ya no existen contrarios que sean el motor de lo filosófico, ya sea para apoyarlo, ya para ponerse boca abajo con respecto a ellos.
Así, Derrida se sitúa más allá de la controversia entre lo racional o irracional, entre lo verdadero y lo falso, entre lo que es arte y lo que no. En la base de todo ello está la escritura, y es ahí donde él se queda, y desde donde lee, desde donde actúa.
De hecho, unas jornadas como éstas son extrañas en un ámbito en donde no se reconoce a Derrida como filósofo. A la base de ésta distinción, se encuentra la división de saberes que es posible gracias a la metafísica. Esta división se hace según el aspecto del Ser al que atendamos. Una cosa es filosofía, y otra lo que hace Derrida, que se le suele poner en los estudios sobre literatura, como si con ello le estuviésemos quitando la importancia que tiene. Es desde Derrida mismo desde donde es ya imposible establecer fronteras firmes entre filosofía y el resto de saberes académicos. Pero una crítica como la suya no es posible aceptarla por aquellos a los que los postulados de la metafísica sirven para autorepresentar su propia labor filosófica. El caso de Habermas es muy clareen éste sentido, un ejemplo de filosofía que pretende estar más allá de la metafísica, pero que nunca ha dejado de tener a la base presupuestos kantianos, es decir, metafísicos.
Ahora bien, el propio Derrida habla en contra de una metafísica, como si fuera una tradición cerrada y con características marcadas, que la hacen susceptible de ser considerada como un continuo de pensamiento. Aún así, es Derrida mismo quien habla de la metafísica en el sentido de una tradición de problemas comunes y soluciones similares a esos problemas comunes. Desde un punto de vista escritural, esa tradición se caracteriza por una concepción instrumental del lenguaje, es decir, por la misma concepción que mantiene la ciencia. Es curioso cómo tanto lo que se considera metafísica, como lo que se considera ciencia, están ambas relacionadas desde la concepción de lo que el lenguaje es.
La revolución escritural de Derrida le enlaza con toda la tradición del giro lingüístico en donde se sitúan Heidegger o Gadamer, como continuadores de la concepción no representacional del lenguaje. Esta concepción posibilita, en gran medida la actividad de Derrida, en el sentido en que sus libros, su modo de escribir, más allá de si es filosofía o literatura, están ya atravesados por esa cuestión, por esa posibilidad de la explosión significativa del sentido, por la diseminación, que da lugar a lo que se ha llamado la labor reconstructiva de la filosofía. También Heidegger se caracteriza no sólo por las nuevas aportaciones sobre ciertos temas, sino sobre el cómo lo hizo, desde un nuevo lenguaje que posibilitaba el poder escribir de la forma en que el tema era posible ser escrito.
Por tanto, la aportación de Derrida al discurso, más allá de fronteras, de academias, de facultades, de las instituciones académicas, es fundamental para poder crear discursos de liberación, emancipadores de viejas autoridades, metafísicas en la mayoría de los casos, que pretenden encontrar en última instancia el fundamento primordial del mundo objetivo. Con Derrida, esto ya no es posible: ahora ya se nos abre un mundo nuevo porque tenemos un lenguaje nuevo, un lenguaje que no es posible acotar, sino que está continuamente explotando en todas direcciones. Este es el mayor descubrimiento de Jacques Derrida, y por lo tanto se puede decir: Jacques Derrida no ha muerto.
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