martes, 27 de febrero de 2007

Misoginia y moda.

Los cuerpos esqueléticos, encorsetados, molidos, encerrados en el interior de prendas inverosímiles desfilan por las pasarellas de moda de medio mundo, tras la moda actual subyace el impulso misógino de la sociedad patriarcal que todo lo llena.

El canon de belleza que se pretende imponer desde las pasarelas convierte a la mujer en un ser subhumano, una imagen demacrada cercana a la del moribundo agonizante. Se imponen medidas a las que sólo se puede acceder a través de un ascetismo alimenticio torturador, la belleza se asocia, de esta manera, con el sufrimiento, deja de ser algo espontáneo, un fenómeno de la vida, una muestra radiante de salud y se convierte en culto a la muerte, al sufrimiento, al castigo.

Una sociedad que admita como belleza el resultado de la tortura ejercida contra uno mismo, tanto física como mental, no puede ser más que una sociedad perversa donde la vida queda relegada a la categoría estética de lo feo.

El cuerpo femenino adaptado a los cánones es el resultado del inmenso odio que sobre la feminidad ha proyectado la sociedad, cada uno de nosotros, no sólo se busca una belleza conlindante con la eliminación física de la persona, se busca la trasmutación de la mujer en hombre como paso previo, un cuerpo que ha perdido su género en favor del género opresor será, simbólicamente, el paso previo a la victoria final que supone la muerte de la mujer. Se fomenta la eliminación de todo aquello que de voluptuoso tiene la mujer, hacer de su cuerpo una línea unidimensional, que las valles se tornen llanúras.

El sufrimiento que la mujer ha de padecer para aspirar a cumplir el ideal no queda en lo que de suplicio tiene el ascetismo necesario sino que en lo simbólico se extiende aún más. Una vez se cumple el patrón físico su cuerpo será cubierto por prendas que hagan aflorar el nuevo género recién aceptado. Los cuerpos famélicos son revestidos con prendas opresoras, que cohartan la libertad del propio cuerpo, prendas finas que muestran las propias rejas de la carcel, la carne pegada al hueso, las costillas que peligrosamente parecen amenzar con salir a la luz, con quebrar la piel. Unos vestidos que impiden una respiración natural, un movimiento ágil en favor de poses y gestos corporales propios de autómatas.

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