El instrumento utilizado para dominar este proceso, la dialéctica materialista, hace actuar al presente en relación con el pasado no de una manera cosificadora para con éste, es decir, no considerándolo como una mera mercancía del entendimiento, sino tratándolo «como un novum dominado y entendido en su mediación» (Bloch, Principio Esperanza,32).El pasado, así visto, deja de ser el frío e inactivo objeto contemplativo de la filosofía del atardecer para convertirse en algo vivo, en algo que reclama lo que aún-no-ha-llegado-a-ser a través de su amplitud creadora. Siguiendo a Bloch, el pasado con el que todavía no se han ajustado cuentas participa, y de hecho de una forma directa y esencial, del advenimiento (gracias a la intervención de la praxis materialista) del novum en tanto expresión esperanzadora del futuro. En este punto me es inevitable pensar en Kierkegaard:
« Ahora bien, si el pasado se hubiese hecho necesario, en ese caso ya no pertenecería a la libertad, es decir, a aquello por medio de lo cual llegó a serlo. La libertad quedaría entonces en mal lugar, lo mismo se echaría a reír que a llorar, porque tendría la culpa de aquello que no le pertenecía y produciría aquello que congenia con la necesidad. La libertad misma se convertiría en una ilusión y otro tanto le pasaría al devenir»(Migajas filosóficas, 86) El pasado, estudiado desde la óptica dialéctico-materialista del filósofo, se nos presenta así como una etapa intermedia que participa activamente en la construcción del por-venir, por-venir que es sin embargo un espectro de incertidumbre aclarado en cada momento por acción de la libertad: el “todavía no” pertenece a la utopía en su nueva reformulación material, la cual lleva a cabo una profetización al poner en juego activamente la esperanza como por-venir de lo mejor. Pero ahora se trata indudablemente también de una profecía hacia atrás, como parece insinuar Kierkegaard, ya que «ser profeta significa precisamente que en el fundamento de la certeza del pasado se halla la incertidumbre que para éste, que en un sentido tan enteramente idéntico como para el futuro, es posibilidad, de donde es imposible que derive con necesidad»(Ibidem) La conclusión a la que llega tras cuestionarse inicialmente, ¿Es el pasado más necesario que el futuro precisamente por haberse vuelto real?, en el capítulo IV de Migajas filosóficas me parece básicamente revolucionaria: la no decidibilidad absoluta del pasado, aún cuando éste se encuentre ya, naturalmente, en el estadio de lo irreversible. Porque en el pasado abierto encontramos ya, en su potencial contradicción para con el futuro, la categoría de novum-posibilidad sobre la cual navega toda expedición in terram utopicam:
«La posibilidad de donde procede lo posible que se convierte en lo real acompaña siempre a lo devenido y permanece junto al pasado, aunque en medio transcurran miles de años.» (Ibidem, 90)
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